Bodega : La Spanda
Papel en la bodega : de las viñas a la botella
Región : Calce, Roussillon
Tamaño viñedo : 3,5ha
Tipo de viticultura : vino natural
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A Papá le gustaba el vino de Burdeos y al abuelo el de Borgoña (lo que se equivaldría a hablar de vinos de La Rioja contra vinos del Ribera del Duero), esta es la historia de muchas familias en Francia como de la de Virginie, y el origen de muchas peleas en comidas familiares. Sin embargo, era impensable excluir el vino de las festividades. ¡Ni en sueños! La batalla de los grandes vinos era el momento más esperado.
Más allá de esa guerrilla Burdeos/Borgoña, el vino era también el símbolo de estos momentos compartidos con generosidad, era el invitado especial de los días de grandes manjares y, para Virginie en particular, un ritual con su abuelo, cuando juntos iban a buscar el vino a granel y lo embotellaban.
Virginie se sentía atraída por el arte, pero no veía en sí misma un alma de artista, así que decidió estudiar empresariales y en paralelo la carrera de Historia del arte. Durante cuatro años trabajó en el sector de los museos nacionales. Viajaba mucho y estaba en contacto permanente con artistas. Este frenesí artístico avivaba, como el fuego, su deseo de creación. En paralelo, un sentimiento de frustración poco a poco se fue instalando. No sabía ni bailar ni dibujar; se sentía sin ningún talento artístico, ¿cómo iba a poder expresar estas emociones y este mundo que la habitaban?
Sí que tenía una idea que le rondaba por la cabeza: el vino. Presentía allí un lugar en el cual podría desarrollarse. La idea le rondaba, pero las cosas seguían sin cambiar.
Hasta que un desafortunado acontecimiento la sacudió violentamente y le recordó que no podía desperdiciar más su vida.
Así que cogió sus maletas y se fue a Beaune (Borgoña) a estudiar una formación que le permitiría gestionar y llevar de forma autónoma unas tierras agrícolas. Durante unas vendimias en Gaillac conoció a Patrice Lescarret y, aunque sus planes tendrían que haberle llevado a seguir con un título en enología, decidió quedarse, durante catorce años. Juntos, codo con codo, hacían vino, en pareja. Juntos pasaron el viñedo al cultivo biodinámico y natural. Virginie había encontrado su equilibrio y su alma yoguista se sentía en harmonía.
Fueron años ricos en experiencias, muy instructivos, pero también fue cuando se dio cuenta de que elaborar vino en pareja podía tener sus límites; no es tan fácil crear juntos algo tan personal. Los vinos se parecían un poco a Virginie y un poco a Patrice pero nunca totalmente a ninguno de los dos. En un producto tan humanizado como el vino, donde el vigneron se convierte en un personaje emblemático, cada vez era más complicado para Virginie disociarse de lo que hacía. Y esa sombra cultural que planeaba siempre, más o menos alto, encima de ella, no dejaba de recordarle que era “la mujer de”. Esto no arreglaba nada. Un cierto sentimiento de injusticia parecía oscurecer toda la energía y el trabajo que Virginie invertía en sus vinos.
Cuando su historia se acabó hace cuatro años, para Virginie fue una evidencia. Con mucha gratitud por aquella maravillosa experiencia en Gaillac, que además de darle las armas para enfrentarse sola a la aventura del vino, le dio un hijo, Virginie decidió coger sus maletas, su tienda de campaña y su colchón hinchable para irse a Calce donde ya había tejido unos vínculos con vignerons locales (Padié y Pithon). El viento soplaba y la empujaba en esa dirección.
Empezó ayudando a Severin de Face B durante las vendimias, luego a Olivier Pithon que necesitaba una persona a tiempo parcial. Después François – Xavier Dauré, de la bodega des Lampyres, le propuso compartir bodega. Y hace un año y medio, encontró su propia bodega, un lugar inutilizado desde 1987 que la sedujo instantáneamente; quizá porque de allí emanaba una energía especial, la de la mujer que antes allí hacia vino, como lo descubriría más tarde Virginie.
Todo se alineaba poco a poco. Como si los años en Gaillac, las vendimias en Calce,… todo quisiera llevarla a este preciso momento.
De Gaillac a Calce, Virginie no había necesitado tanta valentía como se hubiese podido creer (y no le faltaba) sino que había tenido que cortar el nudo Gordiano. Siempre quedarán preguntas sin respuestas. Y a veces, solamente, hay que dejar de pensar y avanzar, al instinto, que no es poco.
En su bodega, la Spanda, “vibración cósmica” en sanscrito, Virginie tiene 5ha, 3,5ha de viñas y 1,5ha de olivos y almendros. La quiso pequeña para conservar un vínculo estrecho con la Naturaleza y su viñedo. Como una dibujante, trazó un nuevo paisaje y modeló sus tierras para convertirlas en un lugar a su imagen, una matriz pulsión de vida, que se parece extrañamente a un útero, fuente de vida y origen creador de sus vinos.
En su bodega, que ve como un laboratorio creativo y un espacio de vida e intercambio, a su imagen, instaló en la planta superior una residencia artística porque, al contrario de lo que se le había dicho cuando dimitió: la cultura y la agricultura tienen muchos puntos en común.
En su bodega da rienda suelta a sus inspiraciones, experimenta. Puede trabajar la crianza de sus vinos, jugar con las materias, la madera, la tierra, para rendir homenaje al “terroir” y matizar los aromas de sus viñas.
Con “Ayur”, la vida en sanscrito, se había propuesto el reto de elaborar un vino con una variedad de uva que no le gustaba: el muscat d’Alexandrie. Entonces, tuvo la idea de dejar macerar este último en un mosto de Muscat petit grain en presado directo (prensado justo después de la vendimia para extraer el mosto) para elaborar un vino que se marida a la perfección con todos los platos especiados y los currys tailandeses que a Virginie le gustan tanto.
Ayur le devuelve la confianza cuando las dudas vienen a burlarse de sus capacidades para elaborar vino u otras cosas.
Y allí, desde el parking donde Virginie espera a su hijo y a su nueva pareja, que juegan al laser-game mientras hablamos por teléfono (también es una súper-mama), un magnífico arcoíris aparece en el cielo que ambas miramos. La versión de Here comes the sun de Nina Simone suena a lo lejos. Colgamos. Me apresuro a acudir a la tienda de su amiga Iris en Perpiñán (con la que también elabora un delicioso vermut seco con notas pronunciadas de cítricos).
En mi balcón, una copa de Ayur, esto es vida.
La Spanda es una deliciosa bofetada que nos recuerda que somos todos creadores,
los creadores de nuestras propias vidas.
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