Y, un día que no presagiaba nada, hubo un detonante que le hizo dar un vuelco a su vida. No fue nada extraordinario sino más bien un elemento anodino que le interpeló y le insufló en los oídos que había venido la hora de marcharse en búsqueda de un camino que, aunque lleno de piedras, siempre te llena con la misma ilusión.
Como en la concha vacía, el soplo se adentró impetuoso y resonó sin descanso: el mar y el horizonte de los posibles. Fue una evidencia. Ese día, los ojos de Leah se encontraron con un anuncio para el concurso de preparación al título de enóloga y, como en una película, empezaron a desfilar ante sus ojos: la licencia de química, las viñas que siempre la habían rodeado, el vino sobre la mesa…
Sin nunca haber pisado ni un viñedo ni una bodega, Leah tuvo la intuición de que aquél era el camino que tenía que escoger.