La vida seguía su curso y los veranos se sucedían en la tranquila Sierra de la Zafra. Como su padre, su abuelo y todos los anteriores, el padre de Mar, electricista, en su tiempo libre cuidaba de esa tierra que había heredado y que siempre había conocido. Esa tierra, viva y guardiana de tantos secretos y recuerdos familiares, era mucho más que una tierra, era parte de la familia.
Mar se había ido a vivir a Ciudad Real y visitaba a su Zafra cada verano, como quien visita a su abuela. Pero la sabía entre buenas manos, su padre la cuidaba.
Así que en aquel día del 2010, cuando el rio de la vida decidió cambiar su curso y la Zafra se encontró sin quien la cuidase, Mar supo en lo más profundo de su ser que era su turno. Responsabilidad o amor a la Tierra, llámenlo como guste, Mar decidió encontrar la forma de seguir caminando junto a la Zafra.