De la importancia del paisaje, Barbara

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Barbara y Joan Carles ©DacoDeFigueres

Bodega : Celler La Gutina
Papel en la bodega : de las viñas a la botella
Región : Sant Climent Sescebes, Girona, Cataluña
Tamaño viñedo : 9ha
Tipo de viticultura : vino natural, ecológico

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En el tren de vuelta a casa, la mirada perdida por la ventana, ves el paisaje que poco a poco va cambiando y se convierte en un entorno familiar. Sin saber muy bien el por qué, algo dentro de nosotros se estremece. Aun ni se disciernen las líneas de la ciudad, pero ya te sientes en casa. El paisaje.
El paisaje es la identidad de un lugar, fruto de la Naturaleza, testigo de la historia, pero también de las mujeres y hombres que allí han vivido y lo han moldeado para vivir, a lo largo de una larga tradición a veces hasta milenaria, con la agricultura o la ganadería y más recientemente con la industria y el terciario.

 El atento y avispado observador puede adivinar tanto de un lugar dejando que el paisaje hable.
Cuando desaparecen cultivos, o se implementan otros, el paisaje cambia y algo de su historia desparece. El cambio es bueno, pero la globalización actual tiende a la homogeneización de los paisajes tanto urbanos como rurales. El paisaje globalizado firma la pérdida de la identidad. El ser humano se hizo sedentario cada vez que encontró un lugar que le permitiese hacer frente a sus necesidades alimenticias. Con los recursos naturales que le daba esa tierra, encontró formas de ayudarla a producir mejor. El ser humano cuidaba de la tierra y la tierra se lo devolvía. Nuestros antecedentes aprendieron a convertir el fruto de su labor en manjares que le rendían homenaje y que pasaron a formar parte de nuestra historia colectiva.
Defender un consumo local y respetuoso del medio ambiente es también defender nuestro paisaje, nuestra historia y nuestra identidad colectiva.

En los años 80, en la región de Torino, un pequeño grupo de gente se empezó a preocupar por su patrimonio colectivo y decidió organizarse para concientizar a los consumidores de las ciudades sobre el impacto de sus actos de compra y la importancia de un consumo local, km0, sostenible y artesano (en oposición a industrial). Slowfood acababa de nacer.

Bárbara vivía entonces en Milán. Era arquitecta y estaba muy implicada en grupos de consumo local. Venía de una familia para la cual el buen comer tenía su importancia. Como en muchas familias, el vino formaba parte de la mesa y cuando la ruta de las vacaciones pasaba al lado de una bodega de renombre, se paraban a visitarla.
La historia de Bárbara con el vino se acababa entonces aquí. Sí que es cierto que se acuerda de, en primer año de carrera, haber visto anunciado un curso de elaboración de vino y habérselo planteado, pero decidió entonces aparcar esa idea en un rincón de su cabeza y centrarse en su carrera universitaria.
Trabajaba haciendo reformas y su tiempo libre lo dedicaba a sus grupos de consumo local y a la danza africana, su pasión.
Pocos lo saben, pero la Junquera tiene una gran fama en el mundo de la danza africana y las percusiones por sus cursos que gozan de la presencia de los mejores bailarines y profesores. Bárbara decidió apuntarse a uno de estos cursos. Allí conoció a Joan Carles que marcó un punto de no retorno en su vida. Descubrieron que compartían más que la danza africana, los dos sentían también un vínculo profundo con la tierra. Se enamoraron. En un primer lugar, Bárbara se mudó a Barcelona y siguió con la arquitectura. Joan Carles no paraba de hablar de su Mas, donde, desde los tiempos de su bisabuelo, su familia ha cultivado viñas y elaborado vino, que vendían a granel, y donde él mismo siempre había vinificado con su padre. Tenía un vínculo afectivo enorme con ése lugar, en el cual había estado siempre muy involucrado. En 2006, cuando murió su padre, a pesar de ser el hermano menor, heredó el Mas. Era su turno de cuidarlo.

Bárbara, preocupada por proteger el planeta y conectar la ciudad con el campo, que siempre había luchado por la supervivencia de un ecosistema que de manera sostenible mantuviese la identidad y economía local y fuese sostenible, veía la oportunidad de poder materializar sus principios y valores en un proyecto que además tenía un enorme potencial paisajístico.
Su gran suerte fue que el padre de Joan Carles, visionario, cuando en los 70 todo el mundo empezó a vender a la cooperativa, él se negó. Nunca había echado químicos a sus viñas y sentía que en la cooperativa su labor no se valoraba. Es así que las viñas del Mas y su ecosistema (tienen también olivos, frutales, etc.) fueron preservados.

Cuando Joan Carles y Bárbara empezaron a vinificar, ni se plantearon hacerlo de otra forma que la que el padre de Joan Carles siempre había hecho. Fue cuando Bárbara hizo unos cursos sobre viticultura y enología que descubrió que había otras formas de elaborar vino. Se le cayó el mundo encima cuando se dio cuenta de lo que se podía echar en los vinos convencionales (término que se utiliza para agrupar a los vinos que no son ni ecológicos, ni biodinámicos ni naturales y que pueden utilizar productos químicos de síntesis y productos enológicos) y más aún cuando se dio cuenta que estos formaban la gran mayoría de los vinos del mercado.
Abrieron oficialmente en 2010, y desde entonces, se han convertido en una referencia dentro de los vinos naturales de la región. Pocos son los que no conocen al Celler La Gutina, todo el mundo conoce a Bárbara y a Joan Carles por sus vinos que no dejan a nadie indiferente, pero también por sus valores. En 2010 se convirtieron en el referente del programa de custodia agraria de l’emporda, cuyo lema es “un paisaje que alimenta”.
A Bárbara le gusta el vino, pero su impulso número uno es proteger el medioambiente y el ecosistema que nos rodea y mantener un paisaje vivo.

Bárbara está muy agradecida con la vida por haber llegado aquí, con Joan Carles también y sobre todo, porque sin él, La Gutina no existiría.

El vino Ido es un poco el símbolo de su gratitud, pero también de los valores que defiende. El Ido permite mantener las viñas viejas de Garnacha con las cuales se elabora, unas viñas especiales, plantadas por el padre de Joan Carles sobre un suelo de granito, arcilla y pizarra, arriba del todo, con unas vistas únicas. Es un 100% Garnacha elaborado como lo hacía el padre de Joan Carles, potente en nariz, con aromas a fruta madura y de evolución, pero a la vez muy fresco en boca.

Ido ©LeaLip

Se bebe con un civet de senglar, de este jabalí que se comió tantas uvas…, pero que pertenece a este ecosistema y que hay que honrar. Bárbara, como lo hacía su tía italiana, lo dejaría macerar un día y una noche entera en vino (el Ido), especias, clavos, canela, apio, chalotas y verduras. Luego lo sofreiría en harina y lo pondría a cocinar lentamente en el vino. Y por fin, le añadiría una pizca de chocolate.

Y luego obviamente, se brindaría, a la salud de este delicioso jabalí que se come las uvas, de las garnachas que han permitido elaborar el Ido, de la vida.
Las primeras notas de Ido, intensas, sonarían a “Por una cabeza” de Carlos Gardel, lánguido, meloso y algo nostálgico pero luego en boca vendría la frescura y la alegría y entonces poco a poco las voces de Las Négresses  Vertes y luego Seifta Keitha  emergerían porque la vida también es para bailar y vibrar, y no comerse demasiado la cabeza, como el Ido cuyo nombre recuerda el calor y el buen humor de las Baleares (pero esto, es otra historia…)

Ido… amb vi i alegria!

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